Hablamos con Ramón Larramendi, embajador Ruteon y uno de los exploradores polares más reconocidos de todos los tiempos
La trayectoria de Ramón Larramendi a estas alturas ni si quiera es discutible. Decenas de expediciones al Ártico, y más de lo mismo en su opuesto; el continente Antártico. A día de hoy Ramón vive en Reykjavik (Islandia), y reconoce que nunca podrá volver a sentir lo que sintió en el Ártico por primera vez. Y no es para menos, sus logros han sido muchos y muy variados. Desde la creación de un nuevo medio de transporte, al aprendizaje de la lengua Inuit, pasando por decenas de expediciones en los polos con una amalgama de aventuras, riesgos y anécdotas inagotable.
Su vida empieza de la forma más normal. Un joven que vive en Madrid con una familia arraigada al entorno urbano que un día decide comenzar a soñar. Sueños que le llevan entre otras cosas a experimentar uno de los contrastes más intensos que puede haber entre urbe y naturaleza; el Polo Norte, con Islandia como primer invitado en una lista de expediciones que acabaría siendo interminable:
“Lo que a mí me gusta del Ártico es lo que genera entre una realidad y su opuesto (la ciudad) (…) Es lo más parecido que hay a estar en otro planeta”, contaba Larramendi.
Y es que en ese ‘otro planeta’, el mismo Ramón llegó a convertirse en un ciudadano más. Su capacidad de adaptación al frío y a las condiciones extremas parece de otro mundo, y esto es algo de lo que todos hemos sido testigos. En su documental ‘Tres años a través del Ártico’ Larramendi aprendió a ‘pensar’ y ‘actuar’ como los tradicionales cazadores Inuit. Fue gracias a ellos cuando Ramón trató de aplicar las mejores técnicas, además de aprender de forma fluida su idioma. Tal y como él mismo explicaba, ese era el ‘origen’ y la ‘vida’ de los Inuits, haber nacido en un iglú y dedicarse en cuerpo y alma a la caza. Cosa que él mismo se aplicó sumándose como uno más durante su etapa en el Polo Norte:
“Esa generación ya ha desaparecido. Ya no están. El gobierno canadiense ha introducido casas para la modernización, pero la realidad es que vi un mundo que se extinguió para siempre”.

Y pese a que los Inuit siguen existiendo, hace mucho que el poblado dejó de lado su día a día más básico y tradicional. Según explicaba el explorador madrileño, todavía quedan algunos cazadores, pero cuando ellos mueran, se acabó.
A raíz de este contacto con el poblado Inuit, aplicando su modus operandi, Larramendi comenzó un proyecto ambicioso y único; el Trineo de Viento. El primer -y único- medio de transporte sostenible con energía eólica, con el que ya ha recorrido más de 18 000 km en los desiertos helados de Groenlandia y la Antártida. El diseño es rompedor, adaptable y práctico, como no podría ser de otra forma. Ya que, como él mismo reiteraba, a cualquier inconveniente que pueda experimentarse en este entorno es primordial tener las herramientas necesarias para resolver rápida y eficazmente cualquier problema. En caso contrario, ‘solo durarías unos minutos’.
Y es que las congelaciones a temperaturas extremas son más que frecuentes. Por eso Ramón aplicaba una vez más la regla Inuit; un chequeo propio continuo. ‘Esa es la única forma. Da igual la parca que tengas’, explicaba. Aunque por supuesto, es imprescindible disponer de unos atuendos mínimos a la hora de realizar cualquier tipo de expedición polar.
Sin duda una charla hecha por y para el aventurero en un contexto en el que cada vez es más complejo experimentar esa ‘intensidad del presente’. Avasallados por el ritmo de lo urbano, los polos cada vez con más fuerza se erigen como el último bastión de aquellos que todavía sueñan con descubrir lo inexplorado. Una tarea difícil, pero excitante como ninguna otra. Por esa razón, Ramón dio a luz a su propia agencia para acompañar a aquellos que quieran experimentar esa ansiada intensidad.