Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue uno de esos exploradores que, sin pretenderlo, acabó haciéndose un hueco en los libros de Historia por una gesta plagada de mala fortuna. Cegado, como tantos otros, por la fiebre de un oro inexistente, partió de Sanlúcar para hacer las Américas. Era el año 1527.
Formó parte de la, a la postre, malograda expedición de Pánfilo de Narváez. Su misión era conquistar Florida para la Corona Española, pero no salió como estaba previsto. De hecho, fue un rotundo fracaso (el último del cuestionable expediente de una de las figuras más controvertidas de la temprana conquista de América). Tratando de evitar volver con las manos vacías, a Narváez le pareció buena idea buscar la Fuente de la Eterna Juventud. No fue el primero, pero tampoco el último.
Aquella expedición, formada por más de 500 hombres, partió a mediados de 1527 del sur de España, y demostró estar abocada al fracaso desde el primer momento. Maldita, incluso. Tardó casi un año en llegar a Cuba, y una serie de violentas tormentas que le costaron un par de barcos y bastantes hombres le dieron la bienvenida a la América continental.

La ruta aproximada que siguió Cabeza de Vaca
La fallida conquista de Florida
Llegaron a Tampa, en el Golfo de México, en abril de 1528, pero Narváez no estaba seguro de dónde habían arribado. Eso no hizo sino dar pie a un creciente malestar entre sus compañeros de expedición. Cabeza de Vaca empezó a aparecer entre la soldada como el principal opositor a Narváez, máxime cuando la expedición empezó a torcerse. Más.
Narváez parecía obsesionado con la Fuente de la Eterna Juventud, y también con el oro de los Apalaches. Por suerte para él, “Apalaches” hacía referencia al norte de Florida, y no a la cadena montañosa, lejana y del todo desconocida para los occidentales. O eso creía.
Dejó atrás sus buques (los que sobrevivieron a la travesía y la tormenta), se internó en tierra firme, y, hostigado por los nativos, optó por volver a la costa. Fue un completo fracaso, porque estaba muy lejos de donde creía estar. La descripción de la región en la obra de Cabeza de Vaca “Naufragios” invita a pensar que estaba en los Everglades, al sur de la península de Florida.
El hambre apretaba, y los caballos fueron su alimento. Cuando lograron volver a los barcos, optaron por continuar hacia el norte. ¿En sus naves? No. Fabricaron como pudieron herramientas para, con ellas, hacerse unas barcazas bastante rudimentarias con las que seguir la línea de costa, ya que Narváez no contemplaba volver a los dominios de la Corona sin nada que se asemejase aunque fuera de manera remota a un éxito.
La expedición se convierte en supervivencia
El mal tiempo les acompañó hasta la desembocadura del Misisipi, a dónde llegaron heridos todos los supervivientes, por los constantes ataques de los nativos. Y ahí se separaron los caminos de Pánfilo de Narváez y Álvar Núñez Cabeza de Vaca. El primero se supone que se ahogó junto a la mayoría de sus hombres; el segundo, con apenas 15 compañeros, siguió adelante y se encontró en una encrucijada: ¿qué hacer?
Allá donde estaban solo había llegado un grupo de occidentales (el de Alonso Álvarez de Pineda), o ni siquiera eso, no está claro ahora y menos entonces. Era noviembre de 1528 y parece que estaban en Galveston, una isla junto a lo que hoy es Houston, Texas. En ese cascarón en el que viajaban, y en el que habían hecho más de mil kilómetros por el Golfo de México, no podían volver, ni atravesarlo. Su única opción era terminar de rodearlo, con el peligro que eso suponía: sabían de primera mano que no todos los indígenas iban a ser amistosos.
Él y sus hombres acordaron alcanzar Pánuco, el asentamiento español costero más septentrional de lo que hoy es México. Fracasó. Peor aún, él y los que se quedaron acabaron prisioneros de una tribu local. Y así esta historia da un giro radical…
Del Cabeza de Vaca explorador al Cabeza de Vaca chamán
Todo lo que sabemos de esta expedición es gracias a lo que el propio Cabeza de Vaca relató en su libro “La Relación que dio Álvar Núñez Cabeça de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde iba por governador Pámphilo de Narbáez desde el año de veinta y siete hasta el año de treinta y seis que volvió a Sevilla con tres de su compagnía”, el cual, por fortuna, es conocido simplemente como “Naufragios”.
En él, Álvar relata cómo, tras ser capturado y esclavizado por los nativos de la zona, supo ganarse su confianza gracias a los conocimientos básicos de medicina occidental que tenía. Se convirtió en una suerte de curandero para sus captores y cuenta que logró sanar al hijo del cacique, lo que le valió para recuperar su libertad. Libertad que no tenía muy claro qué hacer con ella.
Porque, de acuerdo a su propio relato, estaba solo. Todos sus compañeros expedicionarios habían muerto o se habían perdido. Recorrer los más de 1.000 km que le separaban de Pánuco por tierra era poco menos que un suicidio, principalmente porque no sabía a ciencia cierta cuánto le quedaba por recorrer. Se resignó a que esa iba a ser su nueva vida: aprendió el idioma y empezó a trabajar como mercader, moviéndose entre distintas tribus de la bahía de Houston.
Los años pasaron, y, fruto de una de esas casualidades imposibles, casi mágicas, Cabeza de Vaca se encontró con tres de sus antiguos compañeros durante uno de sus viajes comerciales. Estos eran Andrés Dorantes de Carranza, Alonso del Castillo Maldonado y Estebanico, uno de los esclavos africanos que integraban la expedición de Narváez. Era el año 1533.
Hacía seis años que Cabeza de Vaca había abandonado Sanlúcar, y unos cinco que estaba completamente solo, rodeado de nativos. La sorpresa debió ser mayúscula, para los cuatro, y eso debió alimentar sus esperanzas de poder volver a las tierras de la Corona, al Virreinato de Nueva España. Lo que en solitario parecía imposible, entre cuatro empezaba a ser en sus cabezas más probable. Y partieron…

Busto de Cabeza de Vaca en Houston, Texas
El interminable retorno
Ahora bien, el peligro de utilizar la ruta más corta seguía presente. Las tribus costeras del norte de México eran extremadamente violentas. La única solución pasaba por dar un pequeño rodeo: remontar el Río Bravo (o, como lo llaman al norte de la frontera, Río Grande) para alcanzar la costa del Golfo de California (el cual todavía no estaba cartografiado, y ni siquiera se conocía como Mar de Cortés) y desde ahí descender hacia Nueva España.
La fama de curandero acompañó a Cabeza de Vaca durante el trayecto, y eso sin duda les salvó de más de un problema, aunque en muchas ocasiones sus remedios fueran oraciones cristianas e imposiciones de manos. Por lo que fuera, les funcionaba, y de ese modo fueron avanzando por los actuales estados de Chihuahua, Nuevo México, Arizona y Sonora, hasta que dieron con una masa de agua lo suficientemente grande para que fuera mar abierto.
No era el océano, como pensaron, sino el Golfo de California. Aunque era una zona no cartografiada, sabían que Nueva España tenía mar a oriente y occidente, por lo que, si estaban donde creían, solo tenían que seguir la línea de costa hacia el sur hasta encontrarse con alguien amistoso.
Y así hicieron, siguieron la costa hasta que empezaron a encontrar signos de presencia española, como un indio con una hebilla colgada del cuello, quien aseguró que pertenecía a unos hombres barbudos a caballo. No podían estar lejos, y así fue. En 1536, tras tres años de vagar por el norte del actual México, establecieron contacto con otros españoles. Y en el mes de julio fueron recibidos por Hernán Cortés en lo que hoy es Ciudad de México.
Epílogo
Su odisea había terminado… O no. Porque a Álvar Núñez Cabeza de Vaca todavía le quedaban aventuras por correr. Retornó a la Península en 1537, y a la altura de las Azores su navío fue atacado por naves francesas. Por suerte, buques portugueses acudieron en su ayuda y le escoltaron hasta Lisboa.
Estuvo poco tiempo. A finales de 1540 se embarcó en una nueva expedición, esta con él como líder, rumbo al Río de la Plata, de cuyo gobernador hacía tiempo que no se tenían noticias. Efectivamente, había fallecido, y como se había asegurado su puesto en ese caso, se convirtió en Adelantado del Río de la Plata, y también en Gobernador del Paraguay.
Cegado por la búsqueda de oro, y lastrado por sus nulas dotes como gobernante, acabó siendo depuesto por sus propios compatriotas, siendo enviado a España, cargado de cadenas, en 1545. Pese a todo, había podido explorar gran parte del Río de la Plata, llegando hasta a las cataratas de Iguazú, siendo el primer occidental en describirlas.
En ese tiempo escribió “Naufragios”, obra que fue publicada en Zamora en 1542. Su motivación fue doble: por un lado, Cabeza de Vaca quiso justificar y convertir en éxito la desastrosa expedición de Narváez; por otro, trató de aprovechar la fama que había logrado por su asombrosa odisea de cara a su nueva aventura sudamericana.
Pasó sus últimos años de vida de litigio en litigio, aunque tuvo tiempo de añadir a su obra sus desventuras en el Río de la Plata y Asunción. Arruinado, su rastro se pierde en 1559, en Sevilla, aunque el Inca Garcilaso asegura que falleció en Valladolid, apelando al Consejo de Indias, quizá hasta en 1564.
¿Qué fue de…?
Andrés Dorantes de Carranza, salmantino, se quedó en Nueva España. Trató de conseguir apoyos para una expedición hacia las tierras que había recorrido con Cabeza de Vaca, pero no logró. Tampoco pudo volver a Castilla. Se casó dos veces y falleció en Nueva España en 1550.
Alonso del Castillo Maldonado, salmantino como su compañero, también hizo vida en México. Solo volvió a España, de manera muy breve, para resolver la herencia de su padre, fallecido durante su expedición con Cabeza de Vaca. No se sabe cuándo falleció, pero es seguro que debió ser después de 1547, fecha en la que su nombre aparece por última vez en un documento legal.
Estebanico, cuyo nombre real y origen no se conocen, y a quien también se llamaba Esteban de Dorantes o Esteban “el Negro”, era el esclavo de Andrés Dorantes de Carranza, y por alguna razón que no está del todo clara, fue él, y no su amo, quien acompañó a fray Marcos de Niza como guía en su búsqueda de las “Siete Ciudades de Cíbola”, uno de tantos mitos de una urbe cargada de riquezas que alimentó la avaricia de los españoles en los siglos XVI y XVII. Falleció en 1539, durante dicha expedición, en una escaramuza con una tribu de Nuevo México, aunque hay una teoría que asegura que todo fue un montaje para conseguir su libertad y vivir en paz entre los nativos con los que había trabado amistad.

Aunque se le recuerde por su odisea, Cabeza de Vaca fue el primer occidental en llegar a las cataratas de Iguazú