Se llamaba Zhu Di, aunque para reinar como tercer soberano de la Dinastía Ming, adquirió el sonoro nombre de Yongle, o «Felicidad Perpetua». Y no era para menos, porque bajo su mando, China adquirió una extensión nunca antes vista, alcanzando Manchuria, Mongolia y Vietnam; pero lo más grande fue su sed exploradora: envió al genial almirante Zeng He, el Sinbad de las leyendas, a descubrir territorios desconocidos a bordo de enormes juncos formando flotas de hasta 30.000 hombres. Este exploró el mar de China y el Índico, llegando a la costa oriental de África y dejando claro que el dragón de Asia no tenía igual en el mundo. Sin embargo, y hecho lo más difícil, el Emperador falleció y China entró en una decadente etapa ombliguista, caracterizada por el absoluto desdén por el mundo bárbaro que tenía alrededor. Los sucesores de Zhu Di se negaron al conocimiento pues lo consideraron un gasto inútil en comparación con los inevitables problemas internos de China. Y el error le costó al país asiático más de cinco siglos de decadencia; dejado el testigo en el barro, este fue asido por una serie de naciones más pequeñas, las europeas, que, guiadas por los portugueses de Enrique el Navegante, salieron al océano y se hicieron con el mundo por tener más curiosidad, afán de lucha y sed de conocimiento que sus coetáneos de oriente.

Hoy las tornas han cambiado. China galopa joven y ambiciosa y en Occidente nos encontramos en la misma encrucijada que la sucedida a la muerte de Zenj He y su patrón, el emperador Ming Zhu Di. Como los descendientes de este, en Europa y América una legión de gruñones anti exploración claman por la priorización de problemas reales, como el hambre en el mundo, la degradación ecológica, el cambio climático, etc. Culpan de que no se aborden estos, sin duda, acuciantes asuntos, al gasto derivado de la exploración espacial. Así, sin rodeos. La desnutrición infantil es culpa de la exploración espacial. No del gasto en el fútbol, ni en la ropa ni en los cosméticos, ni en la gastronomía de lujo, ni en los paraísos fiscales. Es culpa de la exploración espacial, y punto. Esta delirante lógica, sale una y otra y otra vez. En medios de comunicación, en redes sociales y en conversaciones. Sin embargo, no es más que una deriva cercana al fenómeno terraplanista, en cuanto a que se basa en camelos y obvia completamente todo el conocimiento adquirido con anterioridad.
Barata y rentable
Apesar de lo que una y otra vez aseveran los gruñones antiespaciales -llamémosles así- , la exploración espacial es barata; no sólo no cuesta las barbaridades que se esgrimen, sino que resulta mucho más asequible que el fútbol, la industria militar o la cosmética. Y además, es rentable, pues de la tecnología derivada del esfuerzo exploratorio, como ya ocurrió en el siglo XV, se consiguieron pingües beneficios que multiplicaron por mucho lo invertido, tanto que es imposible de calcular. Tan sólo el proyecto Apolo multiplicó por veinte cada dólar invertido.
Un pilar del desarrollo tecnológico actual
Hay que ser contundentes: pocos de los adelantos actuales, no han partido de la carrera espacial. Gracias a ella navegamos por internet y hablamos en móvil. Gracias a ella hemos desarrollado la nanotecnología y las matemáticas; hemos mejorado mucho la capacidad de depurar aguas residuales -gracias a filtros- y la medicina en campos muy diversos, como las prótesis. Por mor de estos viajes siderales tenemos satélites, servicio meteorológico y microondas. Y que no les quepa duda: son la clave absoluta para mejorar nuestra capacidad para acabar con el hambre en el mundo (ya hay invenciones en este sentido como la comida liofilizada y se están haciendo enormes avances en cultivos en condiciones extremas), luchar contra la degradación ambiental (gracias a la exploración espacial tenemos mejores depuradoras de agua, y paneles solares para captar energía) y el cambio climático (los estudios para terraformar Marte apuntan también en esa dirección). No sé cómo los defensores del gruñonismo antiespacial piensan que volviendo a la Edad Media vamos a solventar estos problemas, la verdad, se me escapa. Pero yo les conmino a recordar a los descendientes del Emperador Zhu Di, que se miraron el ombligo, se acobardaron, perdieron la inspiración y el valor y buscaron como excusa algunos serios problemas domésticos para ocultar la única verdad: se habían derrotado a sí mismos. No hagamos lo mismo.
