Para quienes, hace ya cuatro décadas, asistimos al estreno de «En busca del Arca Perdida» fue una experiencia inigualable; un descubrimiento cercano a la descarga eléctrica desde el primer minuto: el protagonista, mezcla de explorador, arqueólogo y héroe de acción llega a una ciudad perdida en mitad de la selva, descubre un ídolo de oro, escapa con él evitando a los nativos hostiles y toda una serie de aparatosas trampas entre las que destaca una enorme bola de piedra que le persigue…

Solamente en España, En Busca del Arca Perdida -estrenada en junio de 1981- convocó a más de cuatro millones de espectadores y recaudó cinco millones de euros. Fue el enganche a toda una serie de filmes con el mismo protagonista, que han recaudado cientos de millones en taquilla y merchandising. Pero, negocio a parte, el éxito de la saga de Indiana Jones -de la que se anuncia ya la quinta entrega- trajo a la generación de la Guerra Fría, el espíritu de aventura del Occidente postcolonial casi olvidado desde la década de 1950. Sentó las bases de todo un género que tendría su continuación en otros filmes como «La Gran Ruta hacia China» (1983), «Tras el Corazón Verde» (1984), «Las Minas del Rey Salomón» (1985), «Cocodrilo Dundee» (1986)… Cada verano suponía un nuevo estreno.

Un hidroavión y un perro con clase

Gracias a estas películas los 80 fueron los años de la aventura. Pero, ¿qué hay de las series? Las hubo, pero, todo hay que decirlo, tuvieron un éxito menor; tanto es así, que son pocos los que las recuerdan. Sin embargo, una minoría las gozó con verdadera devoción. Para este grupo selecto son hoy motivo de culto.

La más recordada, «Cuentos del Mono de Oro» -creada por Donald P. Bellisario- se estrenó en 1982, aunque llegó a España dos años más tarde. Con estética de Cómic y ambientada en una isla ficticia del Pacífico, Boragora, en 1938,  narraba las aventuras de un piloto de hidroavión, Jake Cutter, encarnado por Stephen Collins. Era, como no, un militar retirado, que alquilaba su avión al mejor postor, siempre que el cliente prometiera una aventura y una causa justa. Su corte de amigos pasaban por la inevitable enamorada, una cantante y espía llamada Sarah Stickney, Corky, el escudero que era a su vez el mecánico borracho de la aeronave y un perro viejuno que se llamaba Jack y hacía las delicias de los críos que no nos perdíamos la serie.

El planteamiento era sencillo: como base de la trama, una taberna en el citado islote de coral: el Monkey Bar. Una misión en cada episodio, que comenzaba con el zumbido de las hélices del hidroavión rojo y blanco «Cutter Goose». Y después… Villanos, espías, japoneses, culturas primitivas, entuertos que deshacer; el Pacífico salvaje en la pantalla de un televisor.

Cuentos del Mono de Oro (ABC)

Frank Buck, el regreso de un héroe de carne y hueso

Si los «Cuentos del Mono de Oro» solamente contó con una temporada de 22 intensos capítulos, la suerte de «Frank Buck» (cuyo título original fue «Bring Em Back Alive» «Traedlos vivos»), fue aún más adversa. Sus dieciocho entregas pasaron casi desapercibidas cuando se estrenaron en 1982. Su acción de desarrollaba en Singapur; por lo demás, el esquema argumental era similar: la acción comenzaba en el Hotel Raffles, donde tenía su base el coleccionista de animales salvajes, Frank Buck. Su amada era en este caso la Cónsul de Estados Unidos y su fiel ayudante el barman Ali. Trepidantes aventuras llevaban al grupo de amigos a imponerse una y otra vez al malvado Von Turgo -capo mafioso y traficante de animales- y a sus secuaces.

La novedad con esta serie es que se basa en las aventuras de un personaje real: Frank Buck. Famoso en la EEUU de la primera mitad del siglo XX, el verdadero Buck fumaba como un carretero, lo que no desmejoraba su proverbial sonrisa presidida por un fino bigote; vestía como el protagonista del serial, con un sombrero salacot presidiendo un atuendo caqui. Se dedicaba al poco noble empeño de montar expediciones para capturar animales salvajes que después vendía a circos y zoológicos. De aquellas aventuras, pergeñadas en los años 30, filmó series y escribió libros, como el superventas «Bring Em Back Alive». Fue más actor que aventurero, más personaje creado que héroe real. Los niños leían historietas sobre sus aventuras, y los circos exigían su presencia cuando presentaban un animal recientemente adquirido. Décadas después su figura serviría de inspiración para películas como Mogambo o Hatari. O la serie ochentera «Frank Buck», protagonizada por Bruce Boxleitner.  Pocos se hicieron eco de este último rugido de un género moribundo. Entre los que estaba quien esto escribe; que hace 40 años corría cada día, en la sobremesa, al bar de las piscinas a ver en acción a Boxleitner en su papel de Frank Buck. Eran otros tiempos, los veranos de la aventura: la promesa de que los peligros del mundo pueden doblegarse con audacia valor y fe.

Bring ‘Em Back Alive (Van Beuren Studios)

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