Los vastos océanos son la auténtica última frontera del ser humano dentro del planeta Tierra. Su superficie la recorremos a diario, pero es bajo esta, donde la luz del sol ya no llega, donde la naturaleza guarda sus últimos secretos, esperando, quizá, a que un osado aventurero los descubra. Uno de ellos es el calamar gigante, y, más concretamente, el magnapinna.
El mar está lleno de monstruos legendarios. Monstruos que, en realidad, nunca han sido tales, pero el miedo a lo desconocido nos hace crear bestias imparables. Los más famosos siempre han sido el Leviatán y el Kraken, mitos oceánicos que ha causado auténtico pavor a incontables generaciones de marineros.
No está claro qué pudo haber dado pie a estos mitos, y se ha especulado mucho al respecto. Las teorías más extendidas pivotan en torno a los mayores animales marinos que conocemos: las ballenas y los calamares gigantes. Estos últimos, a diferencia de las primeras, son grandes desconocidos por el ser humano. Esquivos por naturaleza, rara vez hemos visto ejemplares vivos, ya que habitan a unas profundidades a las que en contadas ocasiones nos hemos aventurado a descender.
Y es ahí, en el fondo abisal, donde la naturaleza nos está demostrando que de creatividad va sobrada, y que sabe alimentar nuestras peores pesadillas como nadie. Y prueba de ello fue el descubrimiento de una nueva especie de calamar gigante, a finales de los años 90, el magnapinna.
Se trata de un molusco cefalópodo con una característica muy clara que lo define: sus larguísimos, interminables tentáculos, los cuales son tan finos que se asemejan más a las patas de una araña que a los funcionales apéndices de otros calamares.
Apenas se han descrito un puñado de magnapinnas, cuyo nombre deriva de los vocablos latinos “magna” y “pinna”, gran aleta, respectivamente, lo que hace referencia al nombre que le dieron los investigadores Vecchione y Young al primer ejemplar que vieron, en 1998.
Genera incontables preguntas: ¿cómo se alimenta? ¿Y de qué? Sin un estudio de este esquivo animal en detalle, es imposible saberlo, y dadas las circunstancias en las que vive (a más de 2.000 m de profundidad), ni siquiera conocemos a ciencia cierta cuánto mide… Ya que no hay con qué compararlo.
Los últimos avistamientos, por parte de un equipo del NOAA Ocean Exploration, determinaron que puede medir casi seis metros y medio. Pero, lógicamente, con una muestra tan pequeña es imposible saber si se trata de un ejemplar promedio, o anormalmente grande o pequeño.
Otras grabaciones, como una realizada por en 2007 un rover submarino que operaba cerca de una torre submarina de explotación petrolífera en el Golfo de México, a casi 8.000 metros de profundidad, invitan a pensar que pueden ser mucho, pero mucho más grandes.
Lo único que está claro es que, mientras miramos al espacio en busca de nuevos desafíos, olvidamos que en aquello que hace que nuestro planeta sea tan especial, el agua, y en concreto sus océanos, hay todavía incontables misterios a la espera de ser revelados.

Magnapinna, Nikivas, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons