A finales del pasado mes de Julio se confirmaba la peor de las noticias. Karapiru, el famoso indígena ‘Awá’ que sobrevivió al Amazonas durante diez años, fallecía por COVID-19 en el hospital brasileño de Maranhão.
Según fuentes consultadas por National Geographic, Karapiru ya había recibido la pauta completa de vacunación. Sin embargo, su organismo no fue capaz de aguantar el embiste del virus.
El indígena más famoso del Amazonas brasileño deja un hueco imposible de llenar, y una historia de supervivencia para la posteridad.
Una emboscada cobarde
La vida de Karapiru comienza entre los años 40 y 50. Por aquel entonces, tan solo era un niño perteneciente al pueblo indígena Awá. Un grupo nómada localizado en el estado brasileño de Maranhão, a solo unos kilómetros del Amazonas.
Un par de décadas después de su nacimiento, este nativo tuvo que enfrentarse a la versión más cruel y despiadada de la especie humana.
Durante los años 60, se descubrió una jugosa cantidad de minas repletas de oro. La mala suerte de los Awá es que dichas minas se encontraban en su territorio.
Primero, los explotadores no dudaron en dividir esas tierras en dos. Más tarde, la presencia de los Awá se convirtió en un problema. Y tal y como explicaba Karapiru, ‘los hombres blancos empezaron a matar Indios’.
Fue entonces cuando a golpe de disparo desalojaron a las gentes que durante cientos de años habían habitado los bosques de Maranhão. Muchos indígenas murieron o fueron arrestados.
Afortunadamente, Karapiru pudo escapar. Aunque con el tiempo se supo que estuvo cerca de no contarlo: “Nos disparaban mientras huíamos. Yo recibí un tiro en la espalda’, explicaba.
Muy a su pesar, no todos corrieron la misma suerte.
Cuando los colonizadores arrasaron sus tierras, Karapiru tenía un hijo y una hija de edades muy tempranas. En el momento de la emboscada le fue imposible encontrarlos, y al cabo de unos meses, les dio por muertos.
Diez años de supervivencia en el Amazonas, solo
Con poco más de 20 años de vida, Karapiru ya había pasado por mucho más de lo que cualquiera puede llegar a imaginar. Pero, su camino tan solo acababa de empezar.
Tras la emboscada, se dirigió a las montañas del sud que dirigían al Amazonas. Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Con el único objetivo de sobrevivir, Karapiru empezó a aplicar sus conocimientos de caza.
Con piezas de bambú construyó lanzas y flechas, que más tarde le ayudarían a capturar todo tipo de animales: “Maté a un mono. Caminé por dentro de los ríos… ¡Estaban llenos de peces! Pero, sentía mucha pena por mi familia”.

Karapiru posa junto a un chimpancé
Los años pasaban y el indígena Awá se convirtió en parte del ecosistema. Viajaba durante la noche y dormía durante el día, para no ser capturado.
Al cabo de un tiempo, sus incansables expediciones le llevaron a un pueblo con casas, granjas y animales domésticos. Al principio no dudó en cazarlos para abastecerse. Pero, finalmente, uno de los ganaderos le pilló con las manos en la masa.
Lejos de escarmentarle, el granjero le ofreció un techo, comida caliente y lo vistió. Y pese a que Karapiru se encontraba en el estado de Bahía (Brasil), la comunicación con su ‘salvador’ era nula, ya que en ese momento no articulaba palabra en portugués.
Dada la situación, el granjero decidió ponerse en contacto con la asociación ‘Indios aislados FUNAI’. Una organización recién nacida que velaba por los derechos de los indígenas, o como allí se les conoce; Indios Bravos.
Un final agridulce
En el estado de Bahía hacía décadas que nadie se encontraba con un indígena. De modo que cuando Sydney Possuelo (fundador) recibió la llamada de emergencia, el asombro fue inmediato: ‘Este indio ha tenido mucha suerte’.
A fin de conocer la increíble historia de Karapiru, Possuelo se llevó consigo a un joven traductor nacido en la tribu Awá, que tras la emboscada también había perdido a sus familiares. Su nombre era Tiramukum, y desde aquella terrible experiencia, este joven indígena se formó y comenzó a trabajar en la asociación ‘FUNAI’ para ayudar a personas como Karapiru.
“Le miré a los ojos”, explicaba Tiramukum. “Le pregunté cuál era su nombre, a lo que contestó; Karapiru. Mi corazón se puso a 1000 por hora, pensaba que iba a explotar”.
Fue en ese momento cuando el joven traductor se dio cuenta de que la persona con la que estaba hablando era su propio padre.
“Mataron a mi hermana. Mi madre estaba muerta. Pensé que mi padre también había muerto. Yo mismo vi cómo le pegaban un tiro por la espalda”, contaba.
Tras este increíble reencuentro, Karapiru se asentó en Tiracambu con la ayuda de su hijo. Allí se volvió a casar. Más tarde, la pandemia golpeó en esta aldea contagiando a 16 de sus habitantes.
Y pese a que Karapiru estaba vacunado, su estado empeoró considerablemente. Después de años y años de lucha contra el egoísmo humano, la selva y sus propios monstruos, el COVID-19 le arrebató la vida en un aislado hospital de Maranhão, solo y sin la posibilidad de despedirse de los suyos.
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