Son muchos los navegantes que se pierden en la inmensidad de la mar océana. Pero pocos grandes exploradores desaparecidos buscando nuevas tierras se pierden también en la inmensidad de la Historia. Uno de ellos fue Juan Caboto.

Nacido como Giovanni Caboto a mediados del Siglo XV en Génova (aunque también es posible que naciera en Gaeta, parte entonces del reino de Nápoles, territorio a su vez de la Corona de Aragón), fue comerciante, intento de ingeniero, navegante y explorador. Fue, por así decirlo, una suerte de Cristóbal Colón para el reino de Inglaterra.

De Giovanni Caboto a Juan Cabot

Su vida pública comienza a mediados de la década de los 60, en Venecia. Allí conoció a su mujer, Mattea, con la que tuvo a sus hijos Ludovico, Sebastiano y Santo. De los tres, el segundo fue el más famoso, conocido como Sebastián Caboto y, en parte, responsable de algunos claroscuros de la vida de su padre.

Sus expediciones comerciales por el Mediterráneo Oriental le labraron un nombre, pero acabó abrumado por las deudas y optó por huir de Venecia. Recaló en Valencia, donde trató de desarrollar otra de las facetas de su vida: la de ingeniero civil. Sin embargo, esta fue bastante menos exitosa, si cabe. Su propuesta de construir un puerto en la capital del Turia no prosperó, y peor le fue cuando marchó a Sevilla y propuso la construcción de un nuevo puente sobre el Guadalquivir.

Fue en su estancia en Sevilla, a comienzos de la década de los 90, donde le debió picar el gusanillo por la exploración. En marzo de 1493 Colón volvió de su primer viaje y anunció haber descubierto una nueva ruta hacia Asia. Hoy sabemos que no era así, y que lo que había descubierto eran las islas del Caribe, pero la confirmación de que se podía llegar a la otra parte del globo a través del infranqueable gran azul hizo que todos quisieran su parte del pastel. Y eso que no sabían, todavía, que aquello no era Asia, sino un continente completamente nuevo, listo para ser saqueado para mayor gloria de las viejas monarquías europeas.

John Cabot, en un grabado del S. XIX

Juan Caboto en Londres, en un grabado del Siglo XIX. Percival Skelton, dominio público, vía Wikimedia Commons

De Juan Caboto a John Cabot

Como su reputación en Castilla y Aragón no era precisamente buena (y, además, ya estaban Colón y Américo Vespucio cubriendo el cupo de grandes exploradores), Caboto optó por ofrecer sus servicios a la corona inglesa, tras ser rechazado por Portugal. Y así, en 1494 o 1495, y ya como John Cabot, se estableció en Brístol, uno de los grandes puertos ingleses, y desde el que habían partido algunas expediciones para ver si había algo más allá de Irlanda (como las míticas islas de Brazil o San Brandán).

Hay que recordar que, en aquellos tiempos, lo que movía a los exploradores, y sus financiadores o benefactores, era el potencial beneficio económico que podía salir de dicha expedición. Y en este caso fueron las especias, si es que aquello que había descubierto Colón era el Lejano Oriente, claro. Cabot consiguió el permiso del monarca inglés, Enrique VII, y en 1496 zarpó su primera expedición.

Y fue un fracaso. Quizá a sabiendas de que cientos de años antes la gente del norte había llegado más allá de Islandia saltando de isla en isla, Cabot puso rumbo hacia allí con el único barco que conformaba su aventura. Y apenas arribó a Islandia, la tripulación se le amotinó, no quedándole otra que volver a Brístol. Aquello ni le desanimó ni le hizo caer en desgracia. De hecho, en mayo de 1497 se echó a la mar con una nueva expedición.

La expedición de Cabot a Terranova

De nuevo, un único barco, cuyo nombre en esta ocasión ha trascendido, pues este fue el viaje que le hace figurar en los anales de los grandes exploradores. A bordo del ‘Matthew’, Cabot y menos de una veintena de marineros cruzaron el Atlántico Norte y llegaron a algún lugar de lo que hoy es Canadá. ¿Dónde? Pues no se sabe a ciencia cierta, pero lo más probable es que fuera algún lugar al sur de Terranova. También pudo ser Labrador, Nueva Escocia o incluso Maine.

Ahora bien, aquella expedición fue poco más que pisar tierra firme, reclamarla para el rey inglés y volver. Apenas un mes estuvieron reconociendo la costa de Terranova, sin adentrarse en el territorio más de un centenar de metros, lo justo para aprovisionarse. No hubo contacto alguno con los nativos del lugar, pero aseguraron haber encontrado pruebas de que allí vivía gente.

Aquello fue un éxito rotundo para la corona inglesa, el pistoletazo de salida para su colonización de Norteamérica. Pero John Cabot se encontró a su vuelta un reino sumido en una guerra civil, la de las Dos Rosas, por lo que tuvo que esperar a que Enrique VII pudiera volver a pensar en qué habría allende los mares para zarpar de nuevo. Y así llegamos al final de esta historia: la desaparición de Juan Caboto.

Mapa del segundo viaje de Cabot, el cual le llevó a Terranova

La probable ruta de Cabot hasta Terranova y vuelta. Evan T Jones, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

El fallido tercer viaje de Cabot​

Su tercer viaje fue un “all in” por parte del rey inglés: cinco barcos, uno de ellos sufragado por la corona, cargados de mercancías para comerciar, partieron de Brístol en abril de 1498, rumbo al Nuevo Mundo. Pero pronto todo se torció. Un temporal obligó a una de las naves a quedarse en Irlanda, y el resto continuó hacia el este.

Y nada más se supo de ellos. ¿Naufragaron? ¿Se perdieron? ¿O quizá volvieron sin haber alcanzado el objetivo y fueron silenciados por la historia porque a nadie le gusta un fracasado? Hay muchas, muchísimas preguntas sin responder al respecto, y aquí entra en juego Sebastián (Sebastiano o Sebastian). Por entonces ya debía tener unos 25 años, y se dice que fue parte de esta expedición, y que él, en ausencia de su padre, asumió el mando y retornó a Inglaterra.

La teoría del retorno se basa en que uno de los miembros de la tripulación aparece en el registro de Londres del año 1501. Sin embargo, presenta varios problemas. Para empezar, implica que la expedición fue un fracaso total, y por mucho que se hubiera querido silenciar, alguien hubiera tenido que rendir cuentas por ello. Y ese debería haber sido Sebastián, el segundo al mando, pero continuó al servicio de la corona inglesa al menos diez años más.

También es posible que Juan Caboto no desapareciera en alta mar, y que fuera borrado de la historia por este fracaso. O que Sebastián no fuera a bordo (o que lo estuviera del navío que se quedó en Irlanda), y que las cuatro naves se hundieran en algún lugar del Atlántico. O incluso que llegaran de nuevo a Norteamérica, pero que no pudieran volver para contarlo.

Lo cierto es que Pedro de Ayala, embajador de los Reyes Católicos ante el rey inglés, siempre tildó a Caboto de ser un vendehumos, que mentía más que hablaba, y que cuando decía la verdad, solo era a medias. Pero claro, ¿qué hay de verdad en esto? Pedro de Ayala servía a Castilla y Aragón, y desmerecer los logros de Inglaterra era parte de la propaganda diplomática. De hecho, gran parte de lo que sabemos de Caboto es precisamente por las informaciones que Ayala remitía a los Reyes Católicos.

En definitiva, lo que sucediera con Juan Caboto es uno de los grandes enigmas de la exploración de aquella época, un misterio que más de 500 años después sigue sin resolverse, y que no parece que vaya a tener respuesta algún día.

Sello de 1947 que conmemora el viaje de John Cabot a Terranova en 1497

A bordo del ‘Matthew’, John Cabot llegó a Terranova. Dominio Público, vía Wikimedia Commons

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